El recientemente localizado dolmen de Epersaro así como el cercano túmulo de Zubibeltzeko bizkarra, ambos localizados en el barranco de Luzaide-Valcarlos, son un ejemplo de los lugares donde este tipo de monumentos aparecen últimamente con mas asiduidad.
Habituados a localizarlos en lugares despejados de altura, en caminos, collados y lomas, llamaban la atención por su evidencia desde la antigüedad, leyendas, cuentos y toponimia ayudaron a su reconocimiento.
Han pasado muchos años desde que los primeros prospectores iniciaran esta labor a finales del siglo XIX (en 1895, J. Iturralde y Suit, identifica y excava el monolito de Errolan Harria en el pequeño valle de Ata), seguidos ya en el XX por los pioneros de la arqueología (F. Ansoleaga, T. Aranzadi, J. M. de Barandiaran y T. Eguren) y una serie de aficionados que hicieron de esta afición pasión, desarrollando una meritoria labor, localizando e inventariando un extenso catalogo de monumentos. Entrando en el siglo XXI, nos parecía que sería muy difícil que se localizaran nuevas manifestaciones.
Con la facilidad de desplazamiento y la construcción de una ingente cantidad de pistas y caminos la afición no decayó, mas bien al contrario, aparecieron personas y grupos organizados (como Hilharriak) que continuaron con esta labor de manera sistemática logrando éxitos indiscutibles y sobre todo cambiando la idea instalada de donde se tenían que buscar estos monumentos, a la percepción, de que cualquier lugar es susceptible de ello, sobre todo, si la piedra como materia prima es abundante y cercana.
Que los constructores de estas manifestaciones funerarias en el ámbito pirenaico, no solo eran pastores, hoy esta mas claro que hace 100 años, vemos como aparecen en la orilla de ríos, asociados con abrigos bajo roca y asociados sin duda al propio curso de agua como fuente de alimentos, incluso de posibles trueques o intercambios, también en las inmediaciones de minas cuya explotación es desconocida pero de apariencia muy antigua.
Lugares como Latargi en Malerreka (18 dólmenes); Arguibel (11) en Baztan; Legate (7), Baztan; Baigura (5) en Urraul Alto; Arraiotz-Monte Corona (20) en Artzi, como ejemplo pero no únicos, nos están indicando que era habitual transportar los difuntos a los lugares donde la materia prima la tenían en abundancia, sin importarles que se tratase de empinadísimas laderas mal orientadas, sin apenas sitio para construir los dólmenes y tampoco el tamaño era una condición, quedando este determinado por la cantidad de población.
Hay una reflexión que tenemos que hacer, cuando vemos que la inmensa mayoría de los monumentos que se descubren, han sido excavados o profanados con anterioridad, incluso en la antigüedad, nos están informando, que el interés por estos monumentos, siempre ha estado presente, es verdad, que con diferentes motivos y objetivos, pero en realidad, nunca se perdió la memoria del significado de estas manifestaciones, de ahí, la aparición de las leyendas.
La asociación de los muertos y la antigüedad con grandes riquezas, fue terreno abonado para especular, ¿porque sino se iba a realizar semejante trabajo, con esas grandes piedras si no era para enterrar grandes tesoros?, si tras la profanación no se habían cumplido las expectativas, se callaba o se presumía exagerando y de esta manera se agrandaba la leyenda, simplemente con esta furtiva actuación.
También nos están informando que el medio natural, siempre ha sido utilizado más que en la actualidad, a pesar de las facilidades de desplazamiento que gozamos hoy en día, de hecho, en todos los años cultivando nuestra afición, solo conocemos un caso, donde tenemos seguridad de un dolmen que nunca ha sido profanado, leñadores, pastores, mineros, canteros y buscadores de fortunas, prospectaban el territorio sin escaperseles un metro.